Los años como entrenador han agudizado el ojo de Daniel Hourcade. Apenas fue confirmado como sucesor de Santiago Phelan al frente de Los Pumas, una de las primeras cosas que hizo fue convencer a José Santamarina de ser el mánager deportivo del equipo durante la gira por Europa. Arriesgada maniobra de “Huevo” al elegir como encargado de la comunicación a un tipo que se reconoce peleado con la tecnología en casi todas sus formas. Pero la jugada le salió más redonda de lo que esperaba: la presencia del “Cheto” fue tan positiva que la UAR lo confirmó en el puesto hasta el Mundial junto con el propio Hourcade, quien aseguró: “llevarlo fue uno de los mayores aciertos que tuve”.
El encontronazo de aquel capitán amateur con el mundo superprofesional le dejó algunas revelaciones interesantes.
“El rugby es uno solo. Lo que cambió es que hoy existe una expectativa económica que antes no había. Pero los jugadores siguen teniendo esa actitud de dar lo mejor de sí, y eso no cambia por unos mangos más o menos. Lógicamente, el profesionalismo les plantea una mayor exigencia de juego y de viajes que termina por crear un conflicto en el jugador, que debe cumplir con el club que lo contrata y con los Pumas. A veces el cuerpo no aguanta. Pero el espíritu siempre es el mismo”, compara “Cheto”.
- ¿Qué te sorprendió?
- La cantidad de horas de laburo que tienen los entrenadores en esta búsqueda de la perfección. Prácticamente no hay minutos vacíos entre preparar el entrenamiento, ejecutarlo, analizarlo en videos y corregir errores. A veces termina la cena y se quedan hasta las 2 de la mañana preparando la práctica del otro día. Y así están 20 días. Una locura.
- ¿Te hubiera costado adaptarte al profesionalismo?
- No soy de pensar qué hubiera sido. Me fue muy bien con el amateurismo, porque me permitió desarrollar mi vida. El profesionalismo apenas deja tiempo para hacer otra cosa. Por eso creo que el gran desafío de estos chicos será, al mismo tiempo que crecen como jugadores, labrarse una profesión. Porque el rugby se termina, pero la vida continúa. Y hay que vivirla.
- ¿Fue difícil lidiar con un grupo dividido por las internas?
- Diferencias hubo y habrá siempre en todos los grupos. En Los Pumas viví tres procesos, y en todos había internas. Yo mismo he tenido conversaciones muy duras con dirigentes. Pero esas cosas las tapaban los resultados, cosa que ahora no está pasando. Además, la profesionalización ha mediatizado a Los Pumas. Lo importante es que haya un objetivo claro, y que cada uno tenga bien en claro qué es lo que debe hacer en pos de ese objetivo. Y hacerlo.
- ¿Cómo se soluciona eso?
- Las diferencias se solucionan hablando. Hoy los entrenadores tienen mucho trabajo con el juego, así que mi función es colaborar en la parte humana, favoreciendo la comunicación entre jugadores, staff y dirigentes.
- Entonces el problema es que no se hablaba...
- En las empresas pasa lo mismo. Cada vez hay más soporte de comunicación, pero se comunica menos. Es todo demasiado virtual. A mí por ahí me tildan de cavernícola, pero los gestos y los tonos que se aprecian en una charla de frente no se advierten en los mails, ni en Twitter ni en Facebook. La gente tiene que encontrarse, mirarse a los ojos.
- ¿Sentís que fue importante tu aporte?
- No lo sé, eso lo sabrá cada uno. Lo que sí sé es que fui lo que soy: un tipo al que le gusta decir lo que piensa, y que trata de que el equipo juegue lo mejor posible, como cuando era capitán. Esa será mi tarea hasta el Mundial.